10.8.07

Recuerdos de un camaleón

Estoy esperando a que el Henna haga efecto con un plástico en la cabeza y una toalla alrededor. Después, me toca terminar de forrar el baúl de pirata y cocinar la carne para los burritos. (Aunque podría descongelar el locro. Hay suficiente para un ejército de mutantes hambrientos; lo pensaré mientras cambio de color). Al menos no me pica. Tengo aproximadamente 15 minutos más de espera. No estoy muy segura de cómo va a quedar el color; se supone que, efectivamente, me voy a deshacer de las canas por unas semanas, detrás de unos reflejos castaños parecidos a los míos. Eso dijo la empleada de la farmacia. Le creí, aunque ella misma tenía un espantoso color anaranjado. La duda sigue ahí, enroscada en mi cabeza como la toalla. Lo que pasa es que la mezcla de Henna –es la segunda vez que uso esta, la anterior usé otra marca- no se veía castaña en el pote de vidrio al mezclarla con agua hirviendo. Era de un verde musgo, casi fosforescente. Acerqué mi nariz y realmente olía a verdín o a esos líquenes de los bosques que se reproducen al pie de los pinos. Me pregunto si el pelo me va a quedar de ese color. No es que tenga temor, sonará raro, pero no me preocupa que el pelo quede, por ejemplo, fucsia. Si no me gusta, me lo corto a la nuca como en el ´91. Me acuerdo de aquella vez, fue cuando terminé mi relación con P. Necesitaba un cambio. Y creo que también, necesitaba expresar mi sufrimiento interior de manera visible, cruenta. Cortarme la melena de hada de medio metro fue un acto de violencia. Fue arrancarme la feminidad estúpida, ponerle corte al duelo, acabar con la ilusión de una vez. Me acuerdo que, entonces, cuando salí de la peluquería, caminando por Santa Fe, sentía la falta de peso, el hueco en la espalda. Recuerdo también que disfruté con cada una de las exclamaciones de espanto de los conocidos cuando me vieron casi pelada. Y, desde ya, fue glorioso ver la cara que puso P. cuando me vió. Sus ojos decían: “¿Por qué me hiciste esto? ¿Ese cabello no era tuyo, creció ante mis ojos todo este tiempo, no te pertenece, como todo el resto, es mío”. Mejor me voy a sacar el Henna. Ya voy con cinco minutos de retraso y no tengo planeado cortarme el pelo esta vez. P.S.: Uno, no es mi color, pero tampoco quedó verde. Es de un castaño más claro en las puntas que en la raíz; me hacer acordar a un pastor irlandés que tenía mi tía Olga, al que llamaban Fleco. Al acercarme al sol de la ventana, ví mi imagen reflejada en el dibujo de Luisa Lane. Juraría que mi nuevo color vira un poco al rojo. Pero el efecto sólo se ve en el reflejo del vidrio de ese cuadrito, no en el espejo. Veremos. Dos, me quedo con la opción de los burritos que se comen con las manos más fácilmente y no hay que lavar cazuelas.

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