25.3.08

Notas junto a un sueño

Ya no lo recuerdo. Sólo guardo algunos gestos descoloridos como recortes de una revista vieja. El resto es un borrón, apenas un perfil o un tono de voz que me hace girar la cabeza en un centro comercial o una librería de Buenos Aires, muy de vez en cuando. No es que lo haya olvidado. Eso sería absurdo. Pero el dejar de amarlo, siglos después de dejar de verlo, fue al costo de la ceguera de su recuerdo físico, de las anécdotas y las sensaciones que, encadenadas o superpuestas, permitirían rearmar la historia. Sin embargo, algunos de sus gestos, los más inocuos o los más resistentes, curiosamente, no se esfumaron del todo. Hay, en orden de aparición, el hueco de su nuca casi oculto tras una llovizna mal recortada de cabellos lacios y negros. Su mano derecha marcando el compás sobre la mesa con una lapicera de plástico transparente. Cerca del meñique la tabla de madera lustrada hace un ovillo más oscuro, un nudo como un ojo hundido que mira. Está la curva irreal de sus labios dormidos, el límite impreciso entre el cuero del reloj y la piel de la muñeca; la mueca de estar leyendo, con el gesto derretido y lúgubre, las ojeras que ocupan la mitad de la cara. Está ese relámpago suyo en los ojos al pronunciar algo -quién sabe qué-; su expresión distraída detrás del vidrio de un bar; la manera cómica de girar sobre sus talones un viernes al mediodía; la cadenita con la cruz pegada al sudor del pecho lampiño en una noche de luna y pampa. Nada más. Pienso. Rebusco. Más nada. Fragmentos. Son como esos objetos que intentamos ordenar de vez en cuando. Caben en la palma de una mano. Alguna vez fueron partes funcionales de algo más grande, ahora son cositas sobre un estante. Como no sabemos dónde ponerlas ni nos atrevemos a tirarlas, las volvemos a dejar sobre la alacena para que junten más polvo. Tal vez, me digo, si juntara los pedazos… Pero, es inútil. Hay cosas que no se deben reparar. Como tratar de pegar con La gotita los mil trozos de una taza rota. Siempre quedan esquirlas de loza, fracciones perdidas que dejan rendijas diminutas por las que podría filtrarse, gota a gota, la vida entera.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mientras te leía, inevitablemente, recordaba mis propios fragmentos desparramados, por ahora, hoy, olvidados, pero latentes y siempre a punto de salir del polvo y volver a brillar.

Cecilia dijo...

Tengo la man�a de volver a juntar insistentemente las piezas a�n corriendo el riesgo, como tu dec�as, que la vida misma se escape por los trozos mal encastrados; pero soy terca.
he abierto de nuevo el despite espero que me visites eso contribuir� a unir un poco m�s mi desmembrado esp�ritu
saludos
kequel

Anónimo dijo...

Me fascinó. Qué bien escrito, y qué auténtico. Magistral forma de aproximarse al asunto de las esquirlas. Tiene tanta fuerza el texto que casi me enamoro, por un instante, del tipo ese.

Yo no sé si me atrevería a escribir algo así. No por mí. No me siento libre de hacerlo, y eso me hace mal.

VESNA KOSTELIĆ dijo...

Durante veinte años fui incapaz de escribir una línea sobre algo de todo esto. Y hay otras letras, innombradas, innombrables. A veces me parece que son las mismas historias las que dicen cuándo y como quieren ser escritas. Y cuando lo hacen, no hay quien las pare, se cuelan hasta por las rendijas más finitas.