4.6.09

Digresiones al mamotreto

Mi “monstruo del ropero” no es la página en blanco sino todo lo cotidiano y trivial que en ella podría escribir y por vanidad, pereza o invalidez anímica, no escribo. Pero eso, además de los dos o tres libros, en la mesa de luz está la que llamo la libreta del momento en donde van a parar las cosas que escribo cuando no escribo. Sobre ella hay un librito verde de hojas pardas con una lapicera atada al lomo para que no se escape. Es el cuaderno de sueños. La costumbre de llevar un diario onírico se la debo -entre tanto que ya le debo- a la gran maestra y amiga Gabriela Onetto. Cuando lo sugirió, hace años, rechacé la idea casi con una burla porque “no es para mí, yo jamás me acuerdo de los sueños”. Sin embargo me equivoqué desde el primer intento. De pronto, algo hizo clic. Con el cuaderno al lado, empecé a recordar mis sueños detalladamente y me sorprendí a mí misma anotando historias sicodélicas, con olores, sonido y en colores. Tampoco era del todo cierta mi afirmación sobre eso de no recordar nunca los sueños. Había olvidado que, años atrás, después de haber tenido el peor trancazo literario de mi vida –que duró años-, empecé a hacer unos ejercicios matinales de escritura a partir de la orientación de Julia Cameron en “El camino del artista”, libro que en su momento me recomendó efusivamente mi querido Eleuterio. El libro parece insustancial, bobo y conductista, pero no lo es (Bueno, en realidad, sí es un poco conductista, pero funcionó conmigo, que estaba moribunda, en términos de impulso creativo). Para decirlo sencillamente, Cameron propone escribir durante doce semanas, tres páginas diarias (ni una más ni una menos) “en automático”, e incluye una consigna semanal de reflexión sobre el proceso creativo o la indagación personal y biográfica del sujeto. En aquel entonces yo estaba tan seca por dentro y alejada de mi voz que encarar esas tres páginas en blanco antes de despertarme del todo, calentar el agua del mate o lavarme los dientes me costaba sangre y sudor. Cuando agoté todos los recuerdos y las descripciones, después de llenar páginas enteras con un “no se me ocurre nada, no se me ocurre nada”, fue que empecé a anotar algunos sueños. De hecho, durante esas sinuosas semanas transitando el “camino del artista” (no llegué a la número doce) es cuando empecé a buscar información en la web y “accidentalmente” descubrí a Levrero y a su corte feérica, con lo cual volví a ser yo misma, y en eso estamos. Pero, volviendo, en realidad, es desde el diario onírico “oficial” sugerido por la Onetto que convivo familiarmente con el gusano nocturno de mi inconciente. A veces, me perfora con las mismas obsesiones y otras se descuelga con imágenes sorprendentes que jamás se le ocurrirían al aburridísimo superyó con el que me ha tocado cargar. Durante los primeros tiempos de cacería de sueños yo estaba tan entusiasmada que anotaba cada miserable cosa, cada pequeña imagen o hilacha de recuerdo que la vigilia me permitía atrapar. Después fui cultivando el hábito de separar los sueños merecedores de salir a flote de las remakes, por llamarlas de alguna manera. En general, trato de anotarlos en el momento porque varias veces, al despertar en medio la noche con un sueño vívido, juré que jamás podría olvidarlo y seguí durmiendo. Pero como siempre, en contacto con el mundo conciente, la arena onírica se escurre entre los dedos de Orfeo. La mayoría de las veces, para no molestar a mi compañero con la luz de la lámpara, el ruido del papel y el ras-ras del lápiz, manoteo el cuadernito y me voy a escribir al baño. Escribo sentada en la tapa del inodoro con los ojos semicerrados para no despertarme del todo (Porque bucear en el inconciente, fantástico, pero no a costa de abrirle la jaula a la temible fiera del insomnio. Ya volveré a ser insomne y disfrutarlo como antes: cuando sea una anciana y no me haga falta despertarme tan temprano, vestir a un niño que se mueve como un pulpo vivo y preparar la vianda y dos mochilas). Bajando de las ramas, dos cosas más sobre el asunto de anotar los sueños. Hace un par de meses me puse a leer el cuaderno verde: ¡Recuerdo muy poco de lo que está escrito! Hay sueños cortos y largos, párrafos prolijos y otros que casi no se entienden (deben ser los que escribí medio dormida); hay dibujos y varias notas marginales. Hay muchos sueños recurrentes con animales salvajes que me atacan (varios tigres, dos serpientes, un oso polar -debe ser que voy por la segunda temporada de Lost- y un perro negro que entra en mi mundo onírico como Pancho por su casa) o peor, las fieras atacan a alguien que quiero. De estos, casi no tengo registro conciente, como si fueran sueños de otro. Hay historias de “perderse” encuentros con vivos y muertos o con gente que conozco y no veo hace tiempo. Hay sueños que sin duda alguna son encuentros con personas que ya no están y son maravillosos. Tengo varios sueños con mi hijo, algunos son terroríficos y verlos por escrito me ha puesto los pelos de punta. Pero hay algunos sueños -o a veces solo imágenes- que se dejan ver, pero no directamente, como esos libros de ilustraciones en 3D que aparecen después de quedarte bizco con los ojos llorosos frente a una página hecha de arabescos de colores. Regresar a esta clase de sueños me hace sentir extraña, como si entrara en terreno prohibido; como si pasara por un complejo deja vú. Al recorrerlos con la lectura tengo la sensación de que hay algo más, que son una llave a otra dimensión, son una pista, un llamado. No estoy hablando de nada sobrenatural, por si existiera alguna duda. Y tampoco lo digo –aunque es verdad- porque esta última clase de sueños hechos de recortes, pedacitos y repeticiones son una ofrenda de lujo para el altar del analista. Son sueños misteriosos, oscuros, incómodos. Están ahí, disponibles como la punta de un ovillo para un gato. Dicen quienes lo conocieron, que Mario Levrero afirmaba que se puede escribir una novela entera detrás de una imagen onírica suficientemente inquietante. Incluso creo que alguna de las tres novelas de la trilogía involuntaria fue escrita a partir de un disparador onírico. Probablemente, El Lugar. Hace unos meses, también, tuve el placer de leer una maravillosa antología inédita de relatos tejidos a partir de los sueños de su autora. No es casual –pero tampoco deliberado- que los pocos miserables posts de este blog en los últimos meses huelan todos, a cosa onírica. Muchos sueños y algunas notas sueltas, casi siempre mentando el rastro de un sueño mal escondido; es lo único que escribí a diario durante estos meses “que no escribo”. De nuevo, le debo a la tenacidad del inconciente el retorno a la escritura festiva y placentera. Parece que hace bien soñar para estar despierta. Que sean estas líneas una forma de volver a decirle buen día al blog abandonado y el relatito que sigue -fruto de un sueño que, curiosamente, me aterrorizó- un primer intento de espabilarme.

7 comentarios:

Eleuterio dijo...

Por fin escribís algo.

Lo del cuaderno onírico tengo que probarlo, lo que pasa es que no tengo mesita de luz.

A las cosas de la Cameron tendría que volver.

Me encantó lo de Menta.

Besoides.

Anónimo dijo...

¡Qué lujo, tres posts, al fin! Los relatillos estivales iban a llegar hasta el siguiente verano, qué alegría que esa pluma (y teclado) se esté desperezando. ¡Y vi que hasta salgo citada por culpa de mi vicio de soñar y pervertir a los demás!
Voy a venir a leer tranquila, entré volando, por la emoción de saber que habías vuelto al ruedo, pero tengo un enfermo, y un niño, y una torta en el horno, y... y...
Queremos cebolla para rato. Besos.
G.

VESNA KOSTELIĆ dijo...

Gracias por entrarle de nuevo a la cebolla, mis queridos. Después de tan larga abstinencia pensé que había perdido a todos mis huéspedes blogueros (por suerte, como amigos son irrompibles :)

Eleuterio: te voy a regalar un cuadernito. De mesita de luz... Usa el Borges de Bioy, jaja!

Anónimo dijo...

Sabes qué? Esos sueños de "remake", como decís vos, son importantes. No son tan vistosos como los sueños más -digamos- arquetípicos, pero en la novela onirica que uno escribe durante la vida sí tienen un peso. Sería como borrar un personaje secundario. La gracia se ve no en el sueño individual sino en el conjunto.

Curioso que hayas confundido a Morfeo con Orfeo: eso fue un lapsus y algo quiere decir. Un lapsus mitológicus. Revisá Orfeo, ya que hablamos de pistas...

Me encantó "parece que hace bien soñar para estar despierta".
Increíble la conexión con mis irrupciones simbólicas del otro día: esas imágenes que no sabemos de dónde viene, por qué, para qué, pero sin las cuales la vida sería muy, pero muy aburrida.

Qué bueno tenerte por acá otra vez.

Fernanda Trías dijo...

¡Qué bárbaro! No sabía cuál había sido el camino que te había llevado "accidentalmente" a Levrero y Sorjuana. Yo creo que también tuve un tiempo largo de sequía, pero me decía que no, que simplemente estaba haciendo "otras cosas". Me sumergí en los videos, en la producción audiovisual. Fue bastante doloroso, ahora que lo pienso, pero todo lo viví como aguas subterráneas. Igual pienso, como dice Cameron, que todo eso también te alimento (lo que no te mata te fortalece, ¿o no?)

¡Me alegra que hayas vuelto! La comunidad de bloggers para mí es un gran apoyo.

Abrazo, F

Elizabeth dijo...

Me uno al dicho " qué alegría que hayas vuelto". Me gustó mucho tu relato relativo a los sueños. La mencionada maestra y amiga G.Onetto, nos está vapuleando en estos días con ejercicios al respecto y son muy motivadores. Tengo mi libretita naranja y me cuadreno amarillo (con lapicera dentro) siempre prontos para tratar de no dejar escapar las imágenes, que como bien dijiste, al pestañear, se disuelven.
Qué rico es comer con cebolla!!!!

Sole dijo...

Hola Vesna, ¿Qué más hay en la libretita? Quiero leer a la tal Cameron. ¿Dónde andás?

besos

Sole