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28.5.11

olvido

Recortadas en el marco de la noche las grúas del puerto parecen dinosaurios. El agua, que de día es negra, refleja una luna temblorosa y anémica. No es seguro recorrer el puerto a esta hora. Pero Ulises no tiene miedo. Camina por el empedrado irregular de los silos desde que tiene memoria. Conoce a todos los mendigos, a todos los chorros, a todas las putas de la Dársena sur. Se sabe la historia de todos los barcos hundidos que están muertos antes de que él naciera. Y aunque todo lo conoce se detiene un momento para ver de nuevo. El pobre Tino B, su cascajo apenas rojo hundido en la negrura. El Alma Mía, abandonado por sus dueños después de incendiarla para cobrar el seguro. El Dolores III que hace sonar sus huesos reumáticos de hierro, y al final, la pobre barca del práctico Lucas -que sigue vivo- con su única lucecita encendida de leer. Hay otros barcos anónimos amarrados a la noche por la precaria cuerda del olvido. Ulises los conoce, los saluda en silencio al pasar, con confianza y buen ánimo, como a pasajeros habituales con quien comparte cada día un viaje de pocas paradas hacia el mismo ningún lugar.

animal jaula

Al león lo conocí enjaulado. Pude adivinar algunos de sus hábitos por los cartelitos pegados en la jaula. Así aprendimos el uno del otro, por estos mensajes en los barrotes. Yo afuera, él en ese adentro. Esto me gusta, dice, esto no me gusta parece decir cuando no dice nada. Me hacés reír decía un papelito amarillo que la humedad despegó enseguida y el viento se llevó. Ahí me di cuenta de que yo también estoy enjaulada. Hay muchas jaulas y todas se repiten.

Las nuestras no se tocan. Nadie se toca. Nadie quiere salir. Todos somos un ni siquiera te conozco. Pero estamos atentos. A veces espío a través de los barrotes. Trato de ver si el león aún sigue vivo o si ha muerto hace siglos como una estrella vieja. Hago sonar los fierros con mis nudillos como un xilofón monocorde. Imagino que abro la puerta de mi jaula -muy sigilosa para no hacer ruido- la entorno y avanzo en puntitas para no despertar a los demás. Las jaulas no tienen llave pero el ojo que vigila te deja pasar a veces. El está hecho un ovillo en su propio rincón. Es un animal majestuoso pero herido y furioso. Imagino que estiro un dedo y lo toco, acá en la columna vertebral. El no se da vuelta, pero detiene la respiración un instante, se revuelve en su soledad, como sabiendo que hay alguien. Sin embargo, no se da vuelta. El sabe que no debe. Son las reglas. Sabe -igual que yo sé- que si lo hace, todas las jaulas del mundo van a apagarse de pronto y no habrá modo de salir de esta libertad.

 
Texto in situ a propósito de la maravillosa obra de Rodrigo Flo en el Torres García. Gracias Morgana, gracias.