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5.9.11

Too much love will kill you



feliz cumpleaños
amor de mi vida




Oh yes I’m the great pretender
Just laughing and gay like a clown
I seem to be what I’m not, you see,
I’m wearing my heart like a crown
Pretending that you’re
still around.


6.11.07

J, el poeta

J. tiene once. Desde que era bebé, tenía la sonrisa límpida que seguirá teniendo cuando cumpla ochenta. Es un tipo fenomenal. Es el que me enseñó a ser mamá siendo tía, el que me devolvió el misterio del juego infinito y el sentido de la palabra incondicional. Cuando cumpla doce, va a recibir un colgante muy especial, uno que fue forjado cuando él estaba en la panza y no conocíamos su carita. El colgante es un duende de plata o de oro, ha sido Puck, el de Sueño de una Noche de Verano y ha sido Frodo, el de los Anillos. Es el mismo colgante que llevamos I y yo, y que llevarán todos nuestros hijos cuando cumplan doce años. J. cree que I. y yo sabemos a ciencia cierta el significado que tiene recibir ese colgante. Pero no es así. El significado del colgante, como el de las cosas más importantes de la vida, se va formando mientras la vida se vive. Porque lo quiero a rabiar, me doy el permiso de transcribir el poema que J. me mandó ayer, creo que el primero de su cosecha (aunque en narrativa, ya tiene muy aplaudidos antecedentes). amor silencioso daria almas, vidas x vos si solo te dieras cuenta que me enkanta tu voz daria almas, vidas x vos si me dieras una mirada cuando astamos en la parada daria almas vidas x vos si solo t dieras cuenta que yo gusto de vos.

31.10.07

Acción de gracias

Hoy al mediodía, vagaba yo por la plaza Matriz haciendo tiempo entre dos compromisos que tenía. A las 12 en punto, sonaron las campanas de la Catedral. Algo dentro de mí debe haber sonado también porque tuve la imperiosa necesidad de entrar. Dejé la chuchería que estaba mirando en la mesa de antigüedades, crucé la calle y subí la escalinata. El altar mayor estaba a oscuras, pero a la derecha, en un altar más pequeño iluminado por falsos candelabros con lamparitas de bajo consumo, había un grupo de fieles escuchando misa. Tocaba el salmo. Me quedé acodada en una columna, de costado, casi como espiando. Una mujer leía los versos, tenía algo más de sesenta años y el pelo completamente blanco; o era una monja de civil o bien podría haber sido una laica consagrada, vestida toda de gris y celeste. Leía las estrofas del salmo y el estribillo lo cantaban todos los fieles: "Yo confío en tu misericordia". No sé que salmo era el que leía, pero decía algo así como: "te agradezco Señor por haberme salvado de las garras de la muerte/ te agradezco por rodearme de amigos que me salvan de mis enemigos". De alguna manera, al escuchar estos versos del salmo, encontré sentido a esa especie de llamado que había sentido unos minutos antes. Como si alguien me hubiera dicho: "vení un momentito nomás, que esto lo tenés que escuchar". O era lo que necesitaba escuchar en estos días, nada más, y estaba en el momento indicado y el lugar indicado. (Y ahora que escribo estas líneas y recibo a la vez un mensaje de R. contándome lo que me contó, me doy cuenta de que hay mucho más para agradecer; en principio, nada más y nada menos que vivir para contarla). Cuando se acabó el salmo, vino el aleluia y después el cura se paró y leyó la parte esa donde dice que los últimos serán los primeros en entrar al reino de los cielos. Cuando el cura empezaba a dar el sermón, yo ya estaba de nuevo bajo cielo nublado de la plaza Matriz.

21.9.07

poemSMS

Copio unos versos, curiosa y accidentalmente escritos con una amiga a través del servicio de mensajería del móvil. Un poema, no a dos manos, sino a dos dedos, por decirlo de algún modo. Cuando estaba por borrar los mensajes, hoy a la noche, ví que estos tenían -si no talento- al menos cierto sentido. Yo, que odio estos aparatos y los uso únicamente como alarma maternal a la distancia, ahora me vengo a dar cuenta de que pueden servir para jugar a los heikus, acrósticos y artefactos literarios de ese tipo. Claro, todavía soy de la generación en la cual los teléfonos eran aparatos que servían para hablar. (Y, quién te dice, G, la vida es rara... por ahí no nos dimos cuenta y abrimos una brecha en la lírica digital...) madres celulares tres mochilas, unas alas de mariposa, otros elementos del disfraz y un niño ¿Cómo hacemos para sobrevivir? una armadura de viento y un espejo para que la sonrisa, no se transforme en mueca ¿Cómo haremos para sobrevivir? Ps: ahora, antes de protestar por el título, mandame un sms con uno digno... :)

9.9.07

Retazo de G

Me lo dijo alguien que la conoce cuando era más joven; pero mientras me lo decía, yo lo pensaba de otra manera y ahora lo apunto antes de que se escape porque me sigue dando vueltas en la cabeza como un sueño: Su pelo era un chaparrón rojo debajo del cual tantos hombres hubiesen querido detenerse sin paraguas.

24.8.07

And ne forhtedon na

Era un día de octubre del 96. Yo no tenía paraguas. No me gustan. Por lo demás, a quién se le ocurre llevar un paraguas en la magra mochila de un viaje iniciático. Bajé del bus; era el número 1, al menos en mi memoria. Tuve que caminar unos trescientos metros para llegar; considerando la precisión suiza, debo haber bajado antes de tiempo. Una llovizna finísima de insistentes agujitas me obligó a proteger el libro debajo de la campera. Encontré el apellido y el número de la tumba en una placa a la entrada del cementerio, junto a la Administración. La 735, no me olvido; en el mapa ví que estaba cerca de la de Calvino; vaya desgracia de vecino post mortem. Pasé de largo por la oficina y saludé con la cabeza al empleado de azul acodado en el umbral de la puerta. Yo debía ser la única que visitaba el cementerio con ese clima. Unos metros más adelante, sentí la mano del hombre que se había acercado corriendo para alcanzarme un paraguas que agradecí con vehemencia. El cementerio de Plainpalais es la gigantesca paleta de un pintor obsesionado con todos los posibles matices del verde. Enseguida pensé, qué distinto era ese lugar de la rigurosa Recoleta de piedra o de la Chacarita de cemento. Prolijo hasta la exasperación, como todo en Ginebra, pero con un esmero que deja surgir lo silvestre entre el rastrillo ordenador del jardinero. Supongo que cuando no llueve, se escucha el canto de los pájaros. También es un lugar antiguo. O fuera del tiempo. Ví árboles con ramas negras enroscadas que parecían de piedra; pequeños claros en los cuales uno podría suponer que alguna vez, miles de años antes, habría ocurrido el metal de una batalla o el beso prohibido entre una princesa y un bardo. La tumba de Borges es modesta y enigmática a la vez. La recuerdo como un óvalo formado por unas como margaritas rastreras y una piedra irregular en la cabecera con inscripciones grabadas a un lado y al otro. Aquella tarde estuve un largo rato parada al lado de esa piedra. No me acuerdo qué pensaba. Después busqué un asiento cercano desde el cual podía ver la tumba, puse una bolsa de plástico encima para no mojarme y me senté con las piernas cruzadas, debajo del paraguas formando una carpita. Entonces saqué el libro y me senté a leer el primer poema bajo la lluvia: Insomnio. Tres años después, Pedro Aznar eligió ese poema entre otros, para cantarlo junto a A.N.I.M.A.L en el recital de homenaje por el centenario del natalicio. Me quedé leyendo en Plainpalais hasta que dejé de sentir los pies de tan congelados. Ahora, visto desde el catalejo del tiempo, es claro que haber viajado a la insípida Ginebra sólo para visitar el lugar donde Jorge Luis Borges eligió descansar y haber caminado hasta él soportando un temporal casi hasta la hipotermia, no tenía nada que ver con rastrear a un escritor muerto. Yo estaba buscando otra cosa. La sigo buscando. En la piedra, las fechas 1899-1986, la cruz celta y el grabado de un grupo de hombres que luchan con las espadas en alto, acompañan el epitafio en inglés antiguo:“and ne forhtedon na”. "Y jamás temieron".

Insomnio

De fierro, 
de encorvados tirantes de enorme fierro tiene que ser la noche, 
para que no la revienten y la desfonden 
las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto, 
las duras cosas que insoportablemente la pueblan. 

Mi cuerpo ha fatigado los niveles, las temperaturas, las luces: 
en vagones de largo ferrocarril, 
en un banquete de hombres que se aborrecen, 
en el filo mellado de los suburbios, 
en una quinta calurosa de estatuas húmedas, 
en la noche repleta donde abundan el caballo y el hombre. 

El universo de esta noche tiene la vastedad 
del olvido y la precisión de la fiebre. 

En vano quiero distraerme del cuerpo 
y del desvelo de un espejo incesante 
que lo prodiga y que lo acecha 
y de la casa que repite sus patios 
y del mundo que sigue hasta un despedazado arrabal 
de callejones donde el viento se cansa y de barro torpe. 

En vano espero 
las desintegraciones y los símbolos que preceden al sueño. 

Sigue la historia universal: 
los rumbos minuciosos de la muerte en las caries dentales, 
la circulación de mi sangre y de los planetas. 

(He odiado el agua crapulosa de un charco, 
he aborrecido en el atardecer el canto del pájaro.) 

Las fatigadas leguas incesantes del suburbio del Sur, 
leguas de pampa basurera y obscena, leguas de execración, 
no se quieren ir del recuerdo. 
Lotes anegadizos, ranchos en montón como perros, charcos de plata fétida: 
soy el aborrecible centinela de esas colocaciones inmóviles. 
Alambre, terraplenes, papeles muertos, sobras de Buenos Aires. 

Creo esta noche en la terrible inmortalidad: 
ningún hombre ha muerto en el tiempo, ninguna mujer, ningún muerto, 
porque esta inevitable realidad de fierro y de barro 
tiene que atravesar la indiferencia de cuantos estén dormidos o muertos 
-aunque se oculten en la corrupción y en los siglos- 
y condenarlos a vigilia espantosa. 

Toscas nubes color borra de vino infamarán el cielo; 
amanecerá en mis párpados apretados. 


JLB,  Adrogué, 1936