Mostrando entradas con la etiqueta amistad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta amistad. Mostrar todas las entradas

12.2.08

Postales del verano

"Hay vivos, muertos y... marineros." Joseba Beobide
Gracias G. por la gráfica del poster (y por la valentía de salir en la foto del barquito con R!). A vos, Gaby, por prestarme el epígrafe, el libro y regalarme tu amistad que es también, la amistad de los elfos y los gigantes. Gracias a mi familia amadísima y a las amigas y amigos que pasaron a dejarnos su abrazo y su compañía este verano en Solís, pueblito de río y mar, diría Gieco, en nuestra Uwa Wasi, la casita de las uvas, el vino y el brindis. Veranos como este y gente como ustedes, entibian el alma para todo el año.

1.2.08

2008 RELOADED

Durante los infinitos brindis de despedida del año viejo y bienvenida del nuevo se repitió la típica advertencia de “A los ojos, a los ojos!”. Pero esta vez, en vez de la explicación de “Brindemos mirándonos a los ojos o vendrán 7 años de mal sexo” (“Oh, no! Otros siete años!”, vociferan algunos) aggiornamos el dicho a la medida de una amenaza más temida (ya que en la otra o no creemos o nos hemos resignamos): “A los ojos, a los ojos o… 7 años sin conexión a Internet!”. El nuevo brindis, más contemporáneo, surtió su efecto sin excepción y las copas chocaron prestas, sostenidas por miradas de ojos de huevo ante la temible, impronunciable, apocalíptica amenaza. Se ve que yo debo haber mirado para abajo, sin querer, durante algún brindis porque es el primer post que logro colgar en mes y medio. Al contrario, y para no perder el pulso, tuve el aliento necesario para anotar cada día algunas frases sueltas, pensamientos a medio camino y, sobre todo, docenas de sueños que, durante el mes de enero brotaron cada madrugada como hongos después de la lluvia. Sueños floridos, surgidos sin duda de la mente descansada, el cerebro relajado y el buen vivir. Vamos a dejar que los sueños escampen en su cuaderno de tapas verdes y, en cambio, voy a transcribir para Crónicas de la Cebolla algunas anotaciones sueltas de enero. Todo muy estival, silvestre, suelto de ropas, como para empezar bien el año de la Rata que carga, por lo demás, con la bendición o la condena de no ser más un año sabático. I – Algunos sms navideños -¿Qué tal si además de proteger a tanta cosa importante también protegemos la alegría?A y C -Soy V. quería preguntarte cuál es la receta de esa ensalada de papa y cebolla que tú haces.Feliz navidad. V. -Hola, feliz Navidad! ¿Me das la receta de la ensalada de papa de tu abuela? P. -¿Qué más llevaba la ensalada de papa tuya además de cebolla? I. -Socorro! ¿Qué clase de cosa se supone que es el espíritu navideño? Mamá Noel. -El Espíritu Navideño duerme la siesta y pronto querrá su mema… (Respuesta) -Abrí un paquete del árbol y había un peludo de regalo. ¿Es esto normal? G. II – Anotaciones silvestres Una de la madrugada. Estoy en la cama con mi libro. Un sapito mínimo corre por mi cuarto. Verde oscuro, asustado. Lo veo pasar, sin ganas de levantarme para sacarlo. Aparece debajo de la cama y da la vuelta. Desaparece. A la segunda vuelta ya tiene la pelusa del cuarto pegada a las patas. A la tercera vuelta, parece un ser mitológico en miniatura, un batracio-yeti. Voy a levantarme a sacarlo. Le tiro un trapo por las dudas que me eche una meada. Meadita mínima. Abro la ventana y sacudo el trapo. Me acuesto. Parece que el sapito se quedó pegado al trapo porque pasa de nuevo, apenas logra saltar de tanta pelusa que arrastra. …. En la casa de Solís hay tres lagartos que nos visitan a la una del mediodía (les pusimos Otelo, Kaos y Negriti). Vienen a pedir comida, restos del asado, frutas (el melón no les gusta, pero la sandía los saca de quicio). Dicen que no muerden. Hay además un búho de plumones blancos que se para en la antena a medianoche. Hay ratones de campo que aparecen y desaparecen en el borde del pasto cortado del terreno, dos gallinetas que parecen Thelma y Patti, las tías de los Simpson, varios mirlos, picaflores y algunos benteveos. Una noche R.vió algo que parecía un zorro o una comadreja. Y está la gata Menta, con su collar verde inglés y su medallita de plata con el teléfono, mirando a toda la fauna slvestre desde su altura de niña rica. La gata Menta ha descubierto su lado salvaje. Nos trajo un ratón igualito a Ratatouille, varios cascarudos y una oruga fosforescente que le daba asco masticar. La gata Menta atrapó a un colibrí que vino a libar distraído las Santa Ritas. Es intolerable verla atrapar a un bicho tan hermoso. Lo tuvo un tiempo atontado. Se sentó delante del moribundo como una efigie. Lo miraba aletear sin piedad y lo cacheteaba cada tanto. O lo hacía saltar medio muerto. Yo me fui para adentro para no sufrir ni coartar su naturaleza felina. Al rato, me había olvidado. Más tarde, debajo del quinotero, encontré abandonada una pelotita verde con un piquito. De madrugada. Me levanto para ir al baño pero me distraigo con algo que se mueve en medio del terreno. Salgo sin hacer ruido. Un ser blanco. No es un perro. Hunde la cabeza en la hierba, husmea el pasto largo y se deja deglutir por el follaje. Se detiene. Me ha visto. Yo ya no lo veo. Diez metros entre el ser blanco y yo. Detrás de la oscuridad, intuyo sus ojos de infierno, de hielo. Ojos inocentes, sin domesticar. Peligrosos. Cierro la puerta y voy a hacer pis al baño. Ya no dormiré. III- Decires de Tino (3 años y medio) -Mamá, si estás de mal humor mandame a Malvín. -Ma, ¿los Reyes viven con Papá Noel en una juguetería? -Mamá, yo no quiero crecer. -Y por qué no querés? -…Porque voy a ser grande como vos y no voy a tener más ganas de jugar. -Ma, ¿tú sos vieja o sos una niña que creció? -Mamá, quiero un hermano… O puede ser un perro chico. -¿Qué hacés, Tino? -Estoy haciendo un cuento… -¿Y qué dice ese cuento? -“Había una vez un niño que estaba dibujando y vinieron a molestarlo…” -Mamá, estoy cansado de descansar.

28.11.07

Onetto-Levrero: 1, Palas Atenea: 0

Ayer me dispuse a hacer el singular ejercicio del taller de escritura y me pasó algo curioso. La consigna -entiendo que es de las de M.Levrero- dice que hay que sentarse en un sillón y relajarse, e imaginar que uno va paseando por un parque y vislumbra una conversación a través de los árboles. Entonces, uno imagina que se acerca y “descubre”, desde un punto de vista privilegiado, lo que allí ocurre. Ese es el disparador sobre el que hay que escribir. Como buena alumna, yo me senté en mi futón verde, me relajé tanto como me lo permitió la cortadora de pasto del vecino, recorrí el lado este del parque Rodó (con la imaginación) y visualicé enseguida a un par de mujeres hablando detrás de unos árboles, poco antes del lago. Me acerqué y quise curiosear sin ser vista. Se trataba de una niña muy flaca y una anciana vestida de negro sentada en un banco bajito de madera frente a una mesa. Efectivamente, las ví muy bien y empecé a escuchar perfectamente la conversación, de hecho... las reconocí. Se trataba de mi abuela a los nueve años y una gitana, una vidente. Lo que pasa, es que esa escena entre las dos, es un reflejo corregido –no sé cómo llamarlo- de una escena del primer capítulo de la novela en la que trabajo (casi nada estos últimos dos meses, hasta ayer, se verá por qué) escrito en julio de este año. Me dije que no, “no quiero ver esto”, esto “ya lo ví y ya lo escribí” y quiero otra imagen para el taller. Lo que hice, entonces, fue desechar mentalmente la escena, retroceder con la imaginación sobre mis pasos y volver a intentarlo en otro sector del parque. Volví a acercarme a unos árboles y, ¿quiénes estaban?: sí, de nuevo la chica y la vieja. Bajé un telón imaginario, ya casi ofuscada, y volví a intentarlo blandiendo la infructuosa espada de Palas Atenea: ni modo. Aunque quería imaginarme otros personajes detrás del árbol (porque me había propuesto escribir otra cosa y no eso) no pude. (Si alguien ha llegado a esta parte del relato y está aburrido o le parece estúpido –cosa que entiendo perfectamente porque lo es para cualquiera menos para mí-, puede cerrar la página porque ahora viene la parte más ridícula y la más difícil de explicar). Digo que la escena era un reflejo y no un recuerdo (un recuerdo de algo que yo misma escribí), porque, aunque, efectivamente, la niña y la anciana eran las mismas de mi novela y la escena era la correcta –por decirlo de algún modo porque ya la conocía-, el diálogo y el contexto y lo que sucedió después entre las dos mujeres, no era el que yo había escrito más o menos en julio de este año, SINO QUE ERA OTRO. Entonces, se me cruzó la loca idea de que lo que yo estaba experimentando no era otra cosa que la visión de la escena que realmente la niña -no mi abuela sino el personaje de mi abuela de nueve años- y la vieja querían que yo escribiera. Será eso posible? Probablemente no en estos términos, pero, quién sabe. Por las dudas, volví a mi puesto de observación, me concentré en esas dos, paré bien las orejas y la escena pasó ante mis ojos muy naturalmente. Sin mi intervención, sin manipulación creativa de ningún tipo (excepto, claro, el estar relajada en el futón). De pronto, desapareció el parque, estábamos en una carpa gitana al borde de un trigal y era de noche. Cuando abrí los ojos, fui a mi mesa de trabajo, tomé mi cuaderno azul y tuve la apremiente sensación de estar anotando algo que no debía olvidar, como un sueño o algo que viví y no la experiencia de estar creando algo, escribiendo una cosa surgida de mi invención. No es que crea que haya ocurrido algo extraordinario o paranormal, nada de eso. Me acordé -después de escribir- lo que nos dijo una vez la maestra Onetto acerca de la invención y la imaginación. Es la primera vez que de verdad lo comprendo. En ese sentido, tengo la certeza de que la primera versión del capítulo, la de julio, está escrita en base a la invención y este otro texto del taller (usufructuado convenientemente para la novela, je je) surgió de la imaginación, fue descubierto y no inventado; como venido de una parte no del todo mía, casi diría, dictado por los propios personajes. Así me sentí, una escriba al servicio de otros, una especie de testigo. A partir del diálogo entre la chica y la vieja y la visión de la escena, escribí de cero otra vez -y de corrido, como una loca-, el capítulo uno de la novela. Me parece que es el que vale, el que va a quedar y no el otro. Todavía no me animé a borrar el que había escrito en julio, pero creo que es lo que debería hacer, si me animo, después de subir este post.

19.11.07

Viaje al mundo de Ana

A contrapelo del pronóstico, el sol estuvo de acuerdo con la idea. Tal vez por el sólo acto de nuestra fe en él, porque Ana tiene arreglos especiales con El de Arriba o por ambas cosas a la vez. La charla se escurrió ociosa entre las (finalmente las conozco!) anacauitas y los agapantos, el roble europeo y el americano, las salvias variopintas y las flores de las cuales (ay!) ya olvidé los nombres pero no el perfume y la gracia. "Podría contar la historia de cada una de ellas desde que eran un gajo", me dijo Ana mirando un árbol gigantesco y yo pensaba que si las plantas hablaran tendrían novelas completas para contar de esa familia que al lado de cada semilla plantó un poco de su historia. Estábamos las brujas de los jueves, pero también una corte de caballeros de lujo: el de la voz de gruta, el gigante de ojos azules, el que vino de lejos y el dueño de la comarca que bien podría andar por el mundo con una espada en una mano y una azada en la otra. Y los dos duendes, claro, que correteaban entre los canteros y se iban transformando a gusto, a veces en ballena o en tigre, otras en mono, en gato o inosaurio. La tarde corrió lenta al ritmo del buen vino de las dos orillas, la carne asada y los panqueques celestiales, el mate y el licor fabricado por (y con) Malicia. La literatura de Ana estaba ahí todo el tiempo. Pude comprobar con mis propios ojos que las palomas salen de verdad de las ventanas de la casa anaranjada, que las magnolias de verdad, parecen veleros y que cosechar morrones, visto el tamaño del campo, ciertamente es una tarea capaz de curar el mal de la tristeza. Con los otros ojos, los de adentro, comprobé también que la literatura puede ser una pócima poderosa que a veces se anima a escaparse de los bordes del papel y nos transforma en personajes -casi- tan reales como los que nos visitaron los jueves lluviosos de este año. Ah, sí. En el mundo de Ana eso también es posible.

11.10.07

Tristes comparaciones

Cuando yo estoy triste soy ese armatoste desajustado que trata de esconder la tristeza bajo la alfombra. En cambio, cuando ella está triste, es como un vendaval del cual uno no puede protegerse con un paraguas. Cuando estoy triste, dejo que mi tristeza gotee aquí y allá, sobre cosas irrelevantes que se contagian, que se humedecen, gotitas nimias y maniáticas como grititos de colegialas tontas. Mi tristeza es absurda, pero no por ella, por mí, que la visto de rosa y moña como a la hija única de una madre posesiva. Pero cuando ella está triste, truena y relampaguea. Uno puede ver en sus ojos las raíces de los árboles a la intemperie, arrancados para siempre por la tormenta. Ella se desviste, se rasga, se descompone, se acaba. Se incendia, transmuta, tiembla, amenaza. Cuando estoy triste, cocino, escribo, hago lo mismo que haría si no estuviera tan triste. Pero ella secuestra al resto del mundo con su tristeza, le pone un cerrojo ajustado y nadie más puede salir, clausura las salidas, derriba las puertas y no se puede pasar. Su tristeza es la de una diosa que agoniza aunque se sabe inmortal. Mi tristeza se acaba con el tiempo que pasa. La de ella, con la resurreción de las cenizas. Mi tristeza envejece sin ver la luz, llora por los rincones; su tristeza, la de ella, se pinta una boca desmesurada y se corre el rojo en los labios para que se vea la sangre. La mía es una tristeza que está siempre por nacer. La de ella, está a punto de morir. Sin embargo, hay que decirlo, ni a mí ni a ella es fácil consolarnos.

21.9.07

poemSMS

Copio unos versos, curiosa y accidentalmente escritos con una amiga a través del servicio de mensajería del móvil. Un poema, no a dos manos, sino a dos dedos, por decirlo de algún modo. Cuando estaba por borrar los mensajes, hoy a la noche, ví que estos tenían -si no talento- al menos cierto sentido. Yo, que odio estos aparatos y los uso únicamente como alarma maternal a la distancia, ahora me vengo a dar cuenta de que pueden servir para jugar a los heikus, acrósticos y artefactos literarios de ese tipo. Claro, todavía soy de la generación en la cual los teléfonos eran aparatos que servían para hablar. (Y, quién te dice, G, la vida es rara... por ahí no nos dimos cuenta y abrimos una brecha en la lírica digital...) madres celulares tres mochilas, unas alas de mariposa, otros elementos del disfraz y un niño ¿Cómo hacemos para sobrevivir? una armadura de viento y un espejo para que la sonrisa, no se transforme en mueca ¿Cómo haremos para sobrevivir? Ps: ahora, antes de protestar por el título, mandame un sms con uno digno... :)

14.9.07

Rituales

Con la laptop en la mesada de la cocina, y mientras se asan las berenjenas y se maceran los keppe para la cena con amigos, dejo caer un post en este día de cumpleaños. Se trata de compartir un cuento, uno de Cortazar, La noche boca arriba. Sin exagerar, creo que desde el 89 o el 90 cumplo en regalarme la lectura de este relato en el día de mi cumpleaños. Considerando el tiempo transcurrido, lo he leído casi veinte veces. No quiero explayarme en el por qué me gusta tanto (porque sí?) o por qué la lectura de este relato cada 14/9 se ha convertido en un ritual impostergable y esperado. Junto al Annais Annais de Cacharel que recibo cada año de mi querido amigo R., La noche boca arriba es parte de esta constelación misteriosa de fuerzas que sólo se da una vez al año. El mismo cuento en el mismo sitio. Un ingrediente más del caldero. Una estaca clavada para recordar el paso por un lugar sagrado. Es una manera muy mía de atarme un pañuelo en el dedo. Una forma de hacerme acordar -por las dudas- de que por mucho que me tiente la fantasía plácida de pensar que el destino pueda ser un encadenamiento accidental de sucesos más o menos elegidos, no soy otra cosa que una ofrenda de guerra, un cuerpo maniatado por el destino, una prisionera que ya tiene su corazón prometido a los dioses desde el mismo día de su nacimiento. Alrededor de algunos otros extraños regalos -venidos del pasado- que recibí en este día, podría escribir una novela. (De hecho, ahora que lo pienso, algo de eso hay). Son regalos de las hadas. Es decir, no son del todo regalos; son pistas, retos y talismanes a la vez. No voy a desperdiciarlos.

9.9.07

Retazo de G

Me lo dijo alguien que la conoce cuando era más joven; pero mientras me lo decía, yo lo pensaba de otra manera y ahora lo apunto antes de que se escape porque me sigue dando vueltas en la cabeza como un sueño: Su pelo era un chaparrón rojo debajo del cual tantos hombres hubiesen querido detenerse sin paraguas.

22.8.07

Ladrones de papel

N. me mandó ayer un cuento por mail, sin ninguna indicación ni en el subject ni en el cuerpo del mail. Está en portugués y es un poco largo, por eso me dió pereza leerlo en un principio. Además estoy con gripe y detesto leer en la pantalla. Por otro lado me dije que, viniendo de N., seguramente el cuento no estaría mal. Por las dudas, lo consulté brevemente sobre si era, efectivamente, para mí y N. me dijo que sí, que era de una amiga de él. Entonces, hoy a la tardecita, mate en mano, lo leí. La trama trata de una escritora sin suerte que por accidente o azar se topa con la responsabilidad de cuidar a una anciana vecina de europa del este que vive en su mismo piso, ante la eventualidad de un ascensor roto en el edificio. En las primeras páginas, no me dí cuenta; una escritura prolija, cuidada y agradable a la que sólo le reproché el hecho de perder la oportunidad de contar aquello en primera persona. Pero llegado un punto del relato, pegué un salto. Es en el momento en el cual la narradora descubre que la anciana guarda tres cuadernos ocultos en un mueble. La mujer se da cuenta de que es una obra genial y se siente tentada de robarlos y usarlos para su propio beneficio. La vecina muere y –misteriosamente- la escritora recibe una carta con la aceptación de un editor para publicar la obra de la vecina con su nombre. Lo genial del asunto, es que hace un par de meses yo escribí algo muy parecido. Hablo del Moleskine: un escritor mediocre descubre que su vecina, una anciana cubana, escribe maravillosamente cuando, por accidente, se topa con unos cuadernos que ella tiene en su casa. Cuando la cubana muere, de repente, el tipo no puede poner freno al deseo de quedarse con los cuadernos. En la historia de la amiga de N. la protagonista es mucho más noble que mi personaje masculino. Igual que la vecina viejita del relato de la amiga de N –y, justamente, no en el mío- la cual ha tenido la gentileza de abrirle la puerta al escritor antes de morirse. Es curiosa la coincidencia o el plagio telepático, pero no me asombra demasiado. Digo, teniendo en cuenta que N. me mandó este cuento y no tenía ni idea del Moleskine, ni yo del cuento de su amiga. Lo único que me deja un poco de dudas es si en esta historia, seré yo la plagiadora o la plagiada. Por lo demás, estas sincrinicidades de la vida me siguen poniendo de buen humor.

13.8.07

Choques

L. chocó con el auto. Tenía que suceder. El domingo volvió de un cumpleaños por otro camino; trató de evitar la rambla porque a esa hora hacen las espirometrías y ella sabía que estaba pasadísima de alcohol. Se llevó puesto un bus de Copsa en Rivera, a cinco cuadras de su casa. No se hizo nada, ni una marca. Cosa difícil de creer después de ver cómo quedó el coche, estacionado en la vereda de la seccional de la calle Velsen. “Es un aviso”, se lo íbamos diciendo todos, a medida que llegábamos a visitarla a su casa. Yo recién fui a verla a la nochecita. Estaba en la cama, con una camiseta de hombre y el pelo revuelto. Linda, irreverente, desamparada. El rimel desteñido le pintaba un antifaz de humo alrededor de los ojos. El rectángulo resplandeciente de la estufa eléctrica me encandilaba y tuve que sentarme medio de costado para no quedarme ciega. La abracé, le dije que era una forra. Sé que le gusta escucharme decir ese insulto, tan porteño. Y se puso contenta cuando olió desde la cama el guiso de lentejas recién hecho. Nos quedamos hablando un rato acerca de cómo encarar lo que se viene. Terapia y demás; suerte que nadie se lastimó; "Suerte que ya no tiene auto", dijo R. En la puerta de su casa, los amigos nos quedamos pensando en cómo ayudar. Yo no lo dije, pero pensaba que nosotros hablamos mucho pero después L. se queda sola. Nos sentimos buenos amigos y buenas personas al decirle qué hacer y cómo hacerlo. Pero después, cada uno a su casa. A repechar cada cual su propia soledad. Y L recorre a solas el sendero congelado del invierno. Tiene a sus hijos, pero hablo de otro tipo de soledad. Sola con el sobrepeso, con los años que pasan, con las cosas que se van rompiendo; sola para encarar la quematutti sin leña, sola haciendo equilibrio en la humedad que resbala por las paredes, sola con el olor a media vieja que tiene el fracaso. "Todos estamos un poco solos", "Hay que hacerse cargo de uno mismo", me dirán, y esto también es verdad. Me costó muchísimo llegar a casa de L. y más todavía, regresar. Justo antes de salir, la rambla se había cubierto de una niebla lechosa y espesa, apenas transitable. Apenas podía ver unos metros más adelante del auto. "Cuesta llegar a algunos lugares y cuesta salir también", pensé. También pensé que sería un mal chiste que yo chocara en el camino hacia la casa de mi amiga recién accidentada.

2.8.07

El primer día

Medianoche. Mi compañero está de viaje. Mi hijo de (casi) tres años acaba de dormirse. Esta ha sido una de las semanas más extrañas y plagadas de desaciertos de lós últimos años. También ha sido intensa en emociones, abrazos y reencuentros. Vino C. -a quién no veía hace siglos- y mi querido F. pasó un par de días en casa. Hasta hace media hora, no pensaba crear este blog, ni ningún blog, en realidad. Mi intención era leer los textos del taller, tomar mi té e ir a dormir. Pero hice clic en "haga clic aquí para crear su blog", como lanzando una botella al mar. O, más bien, hice clic como iniciando el ejercicio inconsciente de un diario que se empieza a escribir todavía dormido, con el lápiz en la mano. (sí, yo suelo escribir con lápiz). Necesito que alguien venga a rescatarme? No; en principio, se está bien en esta isla desierta. Así que vaya donde guste la botella flotante. F. dice que va a abrir un blog cuando vuelva a su pueblito de ruinas romanas. Lo hará bien y le hará bien, estoy segura. Pero esto -este clic mío- es otra cosa, solamente un barquito de papel a la deriva, fruto del ocio y la marea alta de mis hormonas, teniendo en cuenta el día del mes que es. Y, teniendo en cuenta también, que el primer título que se me ocurrió para el recién nacido blog es el de la novela que estoy escribiendo a paso de tortuga, también se me ocurre que haber hecho clio en "Haga clic aquí...", es un modo de inventarme un lector/a imaginario o no, parte del cyberespacio o la madretierra, quién sabe. (Ni siquiera sé qué viene después de darle enter a esta ventanita). Así es la vida. No sé qué viene después. Por el momento, empiezo, sin mucha preocupación por la forma o por el contenido: "Querido Blog..."