En Montevideo nos recibió una tormenta extrovertida que sacudió las persianas durante toda la noche e hizo volar las sillas de plástico de la terraza. De algún modo está bien terminar este viaje hacia el verano del Primer mundo con la alerta meteorológica del Tercero.
Mientras desempacaba las infinitas maletas y formaba una montañita de ropa sucia que pronto se convirtió en una cordillera, pensaba en todo lo que quise registrar durante el viaje y no hice. No por falta de tiempo; por exceso de vivencias. No siquiera llegué a tomar notas como en los primeros días. Claro, están las fotos, las charlas, los trocitos de recuerdo.
Son cosas triviales, gestos del viaje, retazos coloridos que el tiempo irá deshilachando con el roce de la rutina. Algunos son muy graciosos. Es el caso del estacionamiento para perros del Ikea, el macromercado de diseño alemán, que vimos con Eleuterio y que no podíamos creer; o los cuervos furiosos escarbando la basura y las cigüeñas apoltronadas en las chimeneas como señoras obesas. Es ese libro colectivo que parece el vestigio del Muro rasgado de dibujos, huellas y graffitis y ese otro muro invisible que todavía existe entre los locales y los inmigrantes. Son las alas de la Sieguesäule, la angelota dorada de mis amores que escucha los pensamientos inconexos de los que viajan en los trenes; y son las alas de gasa y brillantina de una niña de cuatro años, el pelo rubio casi blanco, saltando descalza en la hierba con risa de gotitas.
A veces me parece que hay textos que se escriben no sobre el papel ni sobre el teclado. Hay algunos que se cifran en el cuerpo y en la propia sombra. Son los autógrafos que nos dejan en la piel las miradas anónimas de los que pasaron junto a nosotros en el viaje, garabatos de historias de las que robamos un instante nada más. Algunos de ellos –el perfil de una casa con el número 13, la mirada del hombre de la bicicleta en Checkpoint Charlie, el gesto de la empleada ferroviaria en un andén mirando la luna llena tras la torre negra- volverán a aparecer en sueños, distorsionados, agigantados. Tal vez de ese modo tengan una segunda oportunidad de ser registrados en el cuaderno verde. Otros se perderán, como me voy perdiendo yo misma. Cuando no me escribo, ni me anoto, ni me miro. Mientras me voy dejando volver, mientras me dejo pasar.