Y
aunque te estuvieras muriendo,
alguien más estaría muriendo,
a pesar de tu legítimo deseo
de morir un minuto con exclusividad.
Roberto Juarroz
alguien más estaría muriendo,
a pesar de tu legítimo deseo
de morir un minuto con exclusividad.
Roberto Juarroz
El crepitar de la madera en la estufa, un café y un mate a la vez, el disco que ya estaba, play again, las velas diurnas y las flores amarillas. Mundo perfecto.
El acto inercial de repasar las noticias, pasando una portada tras otra,
pinchando algo y leyendo transversal, evitando los editoriales como charcos
después de la lluvia. Nacionales, lo de siempre: penillanura levemente
ondulada, descripción que excede largamente la orogénesis. Compruebo mi cosecha
de titulares de ayer y la reenvío a quien corresponde; me guardo una crónica
implacable de Urwicks sobre trata que ya me hizo llorar la primera vez.
Y el mundo. Las pupilas no descansan. En el tuiter, las imágenes de las bombas cayendo en la noche de Ankara ya casi han pasado, un hombre frente a un tanque; me recuerda a Tiananmén pero es Estambul y es justamente lo que dice el epígrafe; Erdogan hablando a través de facetime, @pictoline que narra en imágenes la historia del periodista que sobrevivió al terror de Niza, el NY Times y un Aftermath of Terror on a Scenic Waterfront, view the slideshow now, 1 of 10; un hombre detenido en San Diego tras asesinar a media docena de homeless, @Trendinalia que arroja #NoalTerrorismo #Nizza #RogueOne #Turkey #FindingDory, con fecha de vencimiento de veinticuatro horas; y cientos de posteos sobre las protestas porteñas por los aumentos y ni una palabra en los diarios del impresentable; siempre algo de Maradona, Messi o Suárez, y los 40 años, los cinco Tarnopolsky, los Palotinos, la figura del mártir, esa argamasa de héroe y de víctima.
Es mi trabajo. Entro y salgo del repaso matinal de los diarios. La muerte, los políticos, la mentira, la desidia, la injusticia milenaria, el estéril voluntarismo, las frases rotas, la mutilación del presente, el futuro ciego.
Y el mundo. Las pupilas no descansan. En el tuiter, las imágenes de las bombas cayendo en la noche de Ankara ya casi han pasado, un hombre frente a un tanque; me recuerda a Tiananmén pero es Estambul y es justamente lo que dice el epígrafe; Erdogan hablando a través de facetime, @pictoline que narra en imágenes la historia del periodista que sobrevivió al terror de Niza, el NY Times y un Aftermath of Terror on a Scenic Waterfront, view the slideshow now, 1 of 10; un hombre detenido en San Diego tras asesinar a media docena de homeless, @Trendinalia que arroja #NoalTerrorismo #Nizza #RogueOne #Turkey #FindingDory, con fecha de vencimiento de veinticuatro horas; y cientos de posteos sobre las protestas porteñas por los aumentos y ni una palabra en los diarios del impresentable; siempre algo de Maradona, Messi o Suárez, y los 40 años, los cinco Tarnopolsky, los Palotinos, la figura del mártir, esa argamasa de héroe y de víctima.
Es mi trabajo. Entro y salgo del repaso matinal de los diarios. La muerte, los políticos, la mentira, la desidia, la injusticia milenaria, el estéril voluntarismo, las frases rotas, la mutilación del presente, el futuro ciego.
Perdimos todas las batallas. No
hay justicia, ni redención, ni descanso.
No entiendo cómo llegué a pensar,
durante casi cinco décadas de existencia que era posible cambiar algo. Hubo
un tiempo en que llegué a creer, incluso, que escribir, que mi inclinación por
la literatura, era un insulto a la realidad, una burla al duelo del mundo. Una
frivolidad imperdonable, como quien derrama agua junto a un sediento. Juarroz me da la razón: “Y aunque
pudieras llegar a no hacer nada,
alguien
estaría muriendo, tratando en vano de juntar todos los
rincones, tratando en vano de no mirar fijo a la pared”.
¿Cómo llegué a pensar que
podríamos hacer algo; peor que eso, que yo podía hacer algo?
Culpa de la biografía. De los
cuentos que me quemaron el coco. Aunque seguro que no sólo yo sigue escuchando
a Tonka, desde su estatura de tres años "las bombas caían como semillas de
luz sobre Zagreb". Crecí tratando de imaginar qué se siente ser una niña
que duerme tibiamente entre las sábanas limpias y despierta de pronto, rodeada
de odio y estallido, obligada a dejar todo y cruzar el océano hacia Nunca
Jamás. ¿Puede Peter Pan sufrir por el dolor de la guerra y el exilio de
generaciones que le anteceden?
Por esos declives del zapping me
demoro en “El salto de un pez a
la tierra es más común de lo que se pensaba”. El artículo explica que algunos peces
desafían su modo de vida de manera extrema y saltan fuera del agua. El ignoto
autor del estudio, dice que el comportamiento anfibio ha evolucionado varias
veces y que se ha dado tanto en peces que viven en climas tropicales como en el
frío polar, que comen cosas distintas y viven en agua dulce o salada. Incluso
hay algunos peces que, al borde de la muerte, pueden pasar varias horas
saltando en la zona donde las olas salpican, o que permanecen encastrados en
las grietas de las rocas, administrando la respiración en esa olimpíada
evolutiva, esperando que suba otra vez la marea.
Pienso de repente que si hace
más de trescientos cincuenta millones de años la existencia de los peces torció
drásticamente la historia de la tierra iniciando el proceso de evolución de los
vertebrados hasta inventar al hombre, podría volver a suceder.
El artículo me infunde una
extraña sensación de que detrás cualquier derrota podría haber una nueva apuesta, sino en la humanidad, en la naturaleza.
Y ahí está, vuelve a suceder, el
Sísifo de la esperanza, la piedra del creer que puede mejorar.
Culpa de la fe. Ese estúpido don
no elegido, el grano de arena que la ostra marina* no puede escupir ni tragar, que no es alimento ni basura, y que transforma en perla, envolviéndola con su propio organismo
hasta la muerte, porque no le queda otra más que proteger ese grano de esperanza oculto, latente, valioso.
*Madera Verde / Mamerto Menapace