Desde el balcón de casa, imágenes del mismo paisaje,
de anteayer y de hoy.
El viento es tan poderoso que el edificio oscila, vibra el doble ventanal y el piso tiembla bajo mis pies. Hay un zumbido permanente; una música afónica de erkes invisibles afinando a través de todas las cosas. El cartel de chapa en la azotea aporta los bajos cóncavos al heavy metal de esta tarde. Las gaviotas -parece que les encanta el clima- hacen breves vuelos rasantes sobre las olas y luego detienen las alas contra el ventarrón que las arranca y las lanza con ferocidad hacia arriba como a decenas de pequeños parapentes emplumados. No sé nada de pájaros, pero juraría que están jugando.
Playa no hay, ni rocas, ni Isla de las Gaviotas nos queda ya en Malvín.
A no confundir la tormenta de Santa Rosa con la melancolía de cualquier lluviecita invernal. La tempestad contagia una euforia interior torrencial, una súbita arrogancia que te hace sentir poderosa, soberana, capaz de todo.
Voy a aprovechar este breve estado tormentoso para hacerme otro café y escribir un poco, a ver qué sale. No la veo, pero sé que pronto, a la vuelta de esa nube negra, se asoma una nueva e inofensiva primavera.
Lo cómico es este extracto del pronóstico meteorológico que salió en el diario:
“(...) Pero el mal tiempo, sin embargo, cambiará el lunes. Se anuncia nubosidad variable, vientos moderados a leves del sector este con una mínima de 5 grados y una máxima de 21, por lo que el "veranito" de los últimos días iniciará una nueva semana”.
2 comentarios:
Que bueno!! Bien Montevideo!!! que vista privilegiada!
Me gusta el post. Montevideo, su viento y su mar me gustan, y vos los calas bien.
Agradece que no se te rompen las claraboyas: ese día creo que fue el responsable de mi segunda rotura estrepitosa (por derrumbe, esta vez). Ahora no duermo de noche hasta que amanece, vigilando estúpidamente la solidez de mis techos, como si la luz del sol fuera el conjuro necesario para sentirme a salvo.
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