Nació un día trece del año trece. No tuvo madre, apenas padre. Huyó de su casa a los nueve años. Tenía en la mano izquierda, truncada, la línea de la vida; pero saltó sobre ella y decidió sobrevivir.
Fue sirvienta y cocinera, y la primer mujer tornero en su época. Se aplastaba los senos con una faja para no lastimarse en la fábrica y para que los hombres no la vieran como a una mujer. Tenía una belleza maciza, de potranca. El cabello casi blanco de tan rubio y, los ojos, aguijones de un celeste translúcido.
Atravesó la guerra y el océano con tres hijas colgadas. Iba detrás de una carta que no había sido enviada para ella.
Un día descubrí que Alan Lee había copiado su sonrisa en la ilustración de un libro de seres mitológicos.
Le gustaban las canciones, el helado de durazno, jugar a la quiniela y tomarse una grapita a las once del día con su esposo. Cuando Ivan murió, se tomaba dos: la de siempre y la otra, en honor del difunto.
Entre otros tesoros me legó sus cuchillos centenarios. Uno es largo y de un acero delgado, como una cimitarra, útil para cortar carne. El otro, muy viejo, es un estilete con mango de guampa y una punta peligrosa. El tercero sirve para separar el hueso de la pulpa; la hoja , casi triangular, tiene apenas unos centímetros de tanto haber pasado por la piedra de afilar.
De la Baba tengo, además, la receta de la sopa de pobre hecha con agua, harina y ajo; el chucrut con sarma y el misterio del café clarividente. Manuscrita en el alma, me dejó la novela de su vida y a esta madre que me parió y que cada vez más, se parece a ella.
Se fue una mañana de Día de Muertos. Dicen que ese día el sol caía a rajatabla sobre el barrio de Agronomía. Que levantó la vista y lo miró de frente, como tantas otras veces cuando se detenía a descansar sobre la azada en el surco.
Pero ese día estaba sentada en un sillón de mimbre en un patio del barrio Agronomía, lejos de Zagreb y de la tierra sembrada.
No era una mujer para estar sentada.
Le dijo a mi madre que ese era un buen día para morir. Por el sol y porque sumaba trece. Y que había que jugarlo. Zivili Baba Lucija.
Fue sirvienta y cocinera, y la primer mujer tornero en su época. Se aplastaba los senos con una faja para no lastimarse en la fábrica y para que los hombres no la vieran como a una mujer. Tenía una belleza maciza, de potranca. El cabello casi blanco de tan rubio y, los ojos, aguijones de un celeste translúcido.
Atravesó la guerra y el océano con tres hijas colgadas. Iba detrás de una carta que no había sido enviada para ella.
Un día descubrí que Alan Lee había copiado su sonrisa en la ilustración de un libro de seres mitológicos.
Le gustaban las canciones, el helado de durazno, jugar a la quiniela y tomarse una grapita a las once del día con su esposo. Cuando Ivan murió, se tomaba dos: la de siempre y la otra, en honor del difunto.
Entre otros tesoros me legó sus cuchillos centenarios. Uno es largo y de un acero delgado, como una cimitarra, útil para cortar carne. El otro, muy viejo, es un estilete con mango de guampa y una punta peligrosa. El tercero sirve para separar el hueso de la pulpa; la hoja , casi triangular, tiene apenas unos centímetros de tanto haber pasado por la piedra de afilar.
De la Baba tengo, además, la receta de la sopa de pobre hecha con agua, harina y ajo; el chucrut con sarma y el misterio del café clarividente. Manuscrita en el alma, me dejó la novela de su vida y a esta madre que me parió y que cada vez más, se parece a ella.
Se fue una mañana de Día de Muertos. Dicen que ese día el sol caía a rajatabla sobre el barrio de Agronomía. Que levantó la vista y lo miró de frente, como tantas otras veces cuando se detenía a descansar sobre la azada en el surco.
Pero ese día estaba sentada en un sillón de mimbre en un patio del barrio Agronomía, lejos de Zagreb y de la tierra sembrada.
No era una mujer para estar sentada.
Le dijo a mi madre que ese era un buen día para morir. Por el sol y porque sumaba trece. Y que había que jugarlo. Zivili Baba Lucija.
9 comentarios:
Zivili Vesna ! Por la Baba, Tonka y por vos. Para que siga viva en vos y en el libro que se gestiona en tus vientres.
¡Ay, VI! En esta aridez de sentimientos que voy urdiendo contra mí misma, se colaron, redentores, estos tuyos iluminándome con tu Baba Lucija. Ya andarán mirando soles tu Baba y mi Babuña en esa imagen magistral, perenne, "cuando se detenía a descansar sobre la azada en el surco" ¡Salud!
La Baba y la Babuña habrán crecido con los ojos llenos de paisajes parecidos.
hermoso, Vesna, me encantó, gracias por compartirlo, te hago llegar un abrazo desde acá,
Qué lindo, Vesna. Un abrazo!
Bellísima y digna nieta de tan entrañable ser. Hermosa tu mirada.
GRACIAS VESNA QUERIDA
Muchas gracias por tu comentario y por compartir a tu Baba conmigo, si tengo cierta información sobre Krasno, algunos bello , otros rojo ... variantes de la Europa Oriental!
Un beso, Peter
Precioso, en los ojos de tu abuela vi a la mia, generosa hasta el límite, transgresora y valiente...viejas...las de antes!
Te abrazo en la distancia...A.
Recién lo leo: así han estado mis ultimos tiempos, entre mochilas y desafíos autoimpuestos (más los de siempre, "los de la vida"), con muchas cosas lindas que, todas juntas, son dolorosas en el cuerpo y en el alma. Salud por la Baba y abuela! Esperaré lo que haga falta esa novela con la saga completa: quiero saber bien la historia de esa carta que determinó la fortuna de conocerte! Digna heredera, mi amiga... Abrazos muchos. G.
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