24.8.08

Canciones para salir a flote

El masaje de las letras en la yema de los dedos. El fuego encendido. La gata que se prolonga en el sofá; su breve organismo dormido y atento. La casa, que hace silencio para dejar hablar a la noche. Cruje la estufa su respiración de fuego. Un ronquido distante conduce al dormidor a su cuna sin recuerdos. Queda atrapado un pedazo de viento en las sábanas hinchadas de intemperie. La oscuridad se acumula sin destino de amanecer. La noche insomne se embaraza de historias. Escribir, como respirar hondo. Buscar un ritmo en ese jadeo de palabras que entran y salen de los pulmones de la mente. Los olores duermen, apenas el humo del cigarro está despierto. Los dedos se abandonan densos sobre el teclado, se alargan hurgando esa otra musculatura transversal arraigada en el inconciente. Tal vez así, en esta especie de ejercicio ciego y automático se tense el músculo atrofiado de mi alma. Se fatiga a mi lado una vela. A lo lejos, el mar, que no necesita de nadie y sin embargo, espera. ** Alguien envenenó a Platero. Si encuentran al cretino, díganle que falló. Que no hay forma de matar aquello que se ha amado hasta la locura. ** Un poco por probar voy a seguir buscándote en estas líneas. Así, puestas una al lado de la otra, forman un lazo que te tiro. Pero la cuerda se balancea, frígida y húmeda sobre el acantilado. No hay nadie que la agarre, ni siquiera por jugar; no hay quien quiera ser salvado. Tu reposo me deja sin consuelo. Tu libertad se desentiende de mí. Me dice que debo buscarte en otros lados, tal vez en otros abismos u otros cielos; los rostros todavía desconocidos que alguna vez me devolverán el amparo de tu mirada. ** Las vacas del mar han iniciado su temporada de pastoreo. Estoy aquí, inmóvil en el desamparo de mi cuarto pero navego con ellas. Me prendo a la aleta de plata de una enorme reina vaca, su tenso vientre se sumerge y me hundo. Las rocas gritan su coro de espuma. De las ubres de esta antigua especie me alimento de canciones hechas para salir a flote.

17.8.08

Dedos

Me preguntaron por qué no escribo en el blog desde hace semanas. Es que a veces mis dedos se quedan mudos. Ni yo se qué piensan cuando se ponen así.

22.7.08

Las alas del regreso

En Montevideo nos recibió una tormenta extrovertida que sacudió las persianas durante toda la noche e hizo volar las sillas de plástico de la terraza. De algún modo está bien terminar este viaje hacia el verano del Primer mundo con la alerta meteorológica del Tercero. Mientras desempacaba las infinitas maletas y formaba una montañita de ropa sucia que pronto se convirtió en una cordillera, pensaba en todo lo que quise registrar durante el viaje y no hice. No por falta de tiempo; por exceso de vivencias. No siquiera llegué a tomar notas como en los primeros días. Claro, están las fotos, las charlas, los trocitos de recuerdo.
Son cosas triviales, gestos del viaje, retazos coloridos que el tiempo irá deshilachando con el roce de la rutina. Algunos son muy graciosos. Es el caso del estacionamiento para perros del Ikea, el macromercado de diseño alemán, que vimos con Eleuterio y que no podíamos creer; o los cuervos furiosos escarbando la basura y las cigüeñas apoltronadas en las chimeneas como señoras obesas. Es ese libro colectivo que parece el vestigio del Muro rasgado de dibujos, huellas y graffitis y ese otro muro invisible que todavía existe entre los locales y los inmigrantes. Son las alas de la Sieguesäule, la angelota dorada de mis amores que escucha los pensamientos inconexos de los que viajan en los trenes; y son las alas de gasa y brillantina de una niña de cuatro años, el pelo rubio casi blanco, saltando descalza en la hierba con risa de gotitas. A veces me parece que hay textos que se escriben no sobre el papel ni sobre el teclado. Hay algunos que se cifran en el cuerpo y en la propia sombra. Son los autógrafos que nos dejan en la piel las miradas anónimas de los que pasaron junto a nosotros en el viaje, garabatos de historias de las que robamos un instante nada más. Algunos de ellos –el perfil de una casa con el número 13, la mirada del hombre de la bicicleta en Checkpoint Charlie, el gesto de la empleada ferroviaria en un andén mirando la luna llena tras la torre negra- volverán a aparecer en sueños, distorsionados, agigantados. Tal vez de ese modo tengan una segunda oportunidad de ser registrados en el cuaderno verde. Otros se perderán, como me voy perdiendo yo misma. Cuando no me escribo, ni me anoto, ni me miro. Mientras me voy dejando volver, mientras me dejo pasar.

9.7.08

Berlinesas V

Hace años sueño con visitar el museo Pergamon de Berlín. Ayer, con la venia de los dioses, mi amiga K. y yo cruzamos el puente hacia la isla de los Museos y nos perdimos por cuatro horas en la muestra Babylon, Mith and Truth. Ya en la entrada, el altar de Pergamon y los frisos de la puerta de Ishtar te quitan el aliento. Parte del recorrido revela el mito de Nabucodonosor, el rey más cruel de Babilonia y el paralelismo de su destino con el de quien se autodenominara su heredero, Sadamm Hussein. En una sala hay una performance hecha con aquellas famosas tapas de los diarios del día que lo atraparon (imágenes rasgadas con brillantina y pegadas al paspartú que las sostiene con el semen del artista!). Según la leyenda, el profeta Daniel había anunciado la ruina del monarca y la destrucción del reino debido al pecado y la infidelidad de Babilonia. Paradójicamente, la profecía se ha cumplido para ambos Nabucodonosores quienes terminaron en un agujero del desierto, con la barba larga y mugrienta y comiendo alimañas. De hecho, las fotos de los diarios y los cuadros de Durero se parecen bastante. Y el rostro de los Nabucodonosores inspiran en uno y otro caso, un miedo y una piedad irracionales. El tono modulado de un guía Ignacio en los auriculares me llevó a la siguiente sala. Su voz nos recordaba también que uno de los nombres de New York es The new Babylon. Luego pasamos a una sala dedicada a la torre de Babel y la megalomanía humana expresada en las grandes torres de la era moderna: Eiffel, la torre de Tokio, el edificio Chrysler y otras que no conozco... Luego, imágenes apocalípticas de la destrucción de la torre en el imaginario de pintores y artistas. Fascinadas, mi amiga y yo dimos la vuelta alrededor del lugar, nos pusimos a mirar detrás de las mamparas de yeso pensando que si no estaban en la sala de las torres era porque seguramente les habrían dedicado una sala individual, pero no: aunque los curadores de la muestra decidieron mostrar a Sadamm como el monstruo Nabucodonosor, a New York como la nueva Babilonia y a las torres del siglo XX como sucesoras de la primera y derribada Babel, no hay una sola referencia a las Torres Gemelas. No es increíble? Semejante esfuerzo de producción en todo lo demás y al final te tratan de estúpida. Igual, todo el resto -las reliquias, el mito de Semiramis, el código de Hamurabi, el poema de Gilgamesh- justifican con creces la visita. La muestra del Pergamon termina con uno de los mitos clásicos, el de la confusión de lenguas. Al pasar por esta última sala no pude dejar de sonreír de costado asociando lo que estaba viendo con mi agobiante semestre laboral y pensando especialmente en mi socia que ahora mismo y del otro lado del océano, termina con las traducciones de un sitio web. Se trata de una performance en la cual el artista Timm Ulrich hace la siguiente demostración de confusión de lenguas: él toma un texto inicial en alemán sobre la definición de la palabra traducción y va traduciendo este texto de un idioma a otro pasando por 52 traductores oficiales en distintas lenguas (!!) hasta volver al alemán. El resultado es paradigmático: un texto coherente, pero con un significado completamente diferente y opuesto! Tip del primer mundo. Ya no solo se trata del uso intensivo de bicicletas, el vegetarianismo militante o el riguroso reciclaje de la basura en tres bolsitas diferentes. Los berlineses son gente que está en la vanguardia Bio. Bio es una de las palabras que más aparece en las calles de Berlin: Bio verduras, Bio bebidas -soda, jugos, café-, restaurantes que ofrecen Bio-breakfast. Hay Bio Cosmética, Moda Bio Textil, Bio farmacias. Hay pequeños y grandes almacenes en cada barrio –y hasta ví un supermercado enorme- con una oferta exclusiva para quienes eligen el bio consumo. Todo se ve sano, natural, intocado por la mano de la producción masiva. También, hay que decirlo, los precios Bio son más caros. Con todo lo bueno y progre de ser tan sano, está visto que mi tercermundismo endémico no me permite disfrutar del todo la onda verde. El yogur sin esencia de vainilla me parece agrio y con sabor a levadura, las barras de cereal sin azúcar agregada se estiran –y saben- como chicle usado, el café sin torrar ni tostar es flojito y anodino, el biovino es como vino reducido con agua. Me da vergüencita confesarlo en medio de tanta salud, pero definitivamente hay un gen dentro de mí decidido a suicidarse en un mar de aromatizantes, tinturas y conservantes.

5.7.08

Berlinesas IV

Debería jurar sobre los Santos Evangelios pero en esta casa de numerosas bibliotecas no encuentro ninguno, así que: Juro sobre este ejemplar de Harry Potter II que no comeré más que un (1) pancito berlinés Broetchen por día. Tiene que funcionar o, entre este pan celestial y la cerveza de trigo, voy a volver rodando al Río de la Plata. Ayer a la noche fuimos a ver a L. que actúa en una obra de Teatro: Lado B. La hacen en un viejo complejo fabril junto al Río Spree, decadente, magnífico, llueve afuera y adentro, me encantó. La obra era en alemán, por supuesto. Justo estoy leyendo las Conversaciones con Levrero; en una parte ML dice que cuando una obra literaria o una película te gusta mucho, ya no importa el argumento sino la forma de contarlo, y eso es el motivo del disfrute. Pude experimentar muy bien esto en la obra de teatro de L. pues la forma es lo único que pude entender. Y funcionó, de hecho me gustó mucho. En casa de B&B dormimos en el altillo. Un espacio amplísimo -mi amigo Eleuterio diría "un salón de 15!"- con pisos de madera clara y grandes ventanales. Precioso. Podría vivir en esta pecera de altura. No me hace falta más espacio. Además, logré conectarme a la red inhalámbrica. Qué más puedo pedir? Lo malo es que a mayor conexión, mayor consulta de mails y más tentación de vichar la casilla laboral. Meto la nariz y las malas noticias llegan. Procuro leer con distancia las novedades de trabajo. Trato que el malestar estomacal que me provocó este primer semestre de contrato con esta gente, sea solo un cosquilleo que desaparece cuando me rasco. Gloriosas vacaciones. (A la noche soñaré con la pobre Gaby que quedó al mando del timón de este viaje fantasma por un mes más) Tip del Primer Mundo: más sobre bicis. En algunas esquinas de Berlín hay bicicletas públicas estacionadas. Es decir, vos pagás por X horas a través de tu celular y podés usar la bici y dejarla tirada en cualquier lugar que se te ocurra. Sí, digo bien. No están dentro de una jaula con cerrojo, ni en un local con alarma ni hay un tipo al lado cuidando. Las bicis están estacionadas en las esquinas.

3.7.08

Berlinesas III

Desayuno con trucha ahumada, salame italiano, jugo de tomate, café expresso y pan caliente… Ah, Berlín. Me hago un mate con Canarias, después, para digerir todo y para evitar el síndrome de abstinencia rioplatense. Anoche, con B&B (B-ella y B-él), los amigos que nos alojan, recordamos la época en la que nos conocimos. Hace casi quince años, en Buenos Aires. Los alemanes llegaron de visita con sus mochilas gigantescas y sus ganas de devorarse la ciudad. Y se quedaron a vivir en nuestros corazones. Recuerdo que llegué a pedir días en el trabajo para disfrutar de esas visitas. Nos quedábamos hablando hasta la madrugada. Empezábamos y terminábamos en la misma noche una botella de ginebra. Cantábamos Silvio y Pablo como condenados y respetábamos boquiabiertos de admiración a aquel o aquella que en una guitarreada ofrecía una versión punteada de Ojalá. Ellos de chinelas canadienses, nosotros de alpargatas; ellos de colores, nosotros de gris; ellos nudistas por el living, nosotros con traje de baño entero. Los alemanes eran guapísimos y más de una vez en aquellos años, nos ocupamos de “defenderlos” de las garras de alguna chiruza enamoradiza. Los alemanes eran nuestros solamente. Amigos del alma. Fue mi amiga G. quien nos presentó con B-él. B. se alojaba en su casa y G. le dijo: “Ahora va a venir Vesna, está muy deprimida y con mal de amores y se va a emborrachar; va a ser muy divertido”. Parece que así fue, yo no me acuerdo.
Tip del Primer Mundo: Berlin no solamente es una ciudad prolijamente surcada por bici-sendas sino que hay… semáforos para bicicletas!! Son como mini semáforos, están debajo de los grandes para automóviles y el verde antes que el verde de los autos, para que pasen las bicis.

2.7.08

Berlinesas II

Camino a Zehlendorf, el barrio-bosque donde nació R., mi compañero, observamos los edificios a los costados de la autopista. Los berlineses hacen de sus balcones de 2 x 2 un pequeño lugar de vacaciones donde se concentran los íconos del verano: reposera de madera, mesita, sombrilla ladeada, casita para ver comer a los pájaros, maceta con aromáticas y tomates cherry, enano de yeso: todo junto. Y las flores, chorros y chorros de flores de colores colgando en el verano de Balconlandia. Nos dirigimos a la Krumme Lanke (traducción: el Lago Largo-Torcido) de Zehlendorf. 34 grados, pero sin humedad. Unos hacen picnic, los niños juegan en la arena, hay juegos de cartas y de dados, dos jóvenes dan el toque turco fumando esas simpáticas pipas de agua que están de moda acá. A esta hora, la angosta franja de arena de la Krumme Lanke parece la playa de Pocitos o un retazo de Mar del Plata. Excepto por una pareja de ancianos, quienes, muy meticulosamente se sacan toda la ropa, la doblan sobre la loneta y se sumergen a nadar, desnudos y ágiles como dos delfines. Nadie les presta demasiada atención. Tip del Primer Mundo. Me pide R que anote esto: no solo hay varias empresas telefónicas en Alemania, sino que la segmentación de precios para las llamadas se calcula por bandas horarias. Al número de teléfono local o internacional se antecede uno u otro prefijo del tipo 0945 o 0987 y así la llamada se computa para una u otra empresa. El tema es que, entonces, llamás a alguien en Berlin y, antes de saludarte, te grita: “Pero, qué hora es? Las 3? Colgá colgá! Que tengo una tarifa más barata para las 3!”.

1.7.08

Berlinesas I

Llegamos ayer. El aire estival nos abrazó al bajar del avión. Eramos una montaña de ropa de invierno colgada e inservible. Mi suegro nos buscó en el aeropuerto para dejarnos el auto pero huyó antes de que lográramos invitarlo a almorzar. (Es buena persona, pero sus pocas emociones se expresan de manera fugaz: cuando voy a darle un beso él ya sacó la cara y me quedo besando el aire; cuando mi mano va a dar el apretón él ya quitó la suya y quedo con la mano extendida como pidiendo limosna. Mi suegro es un fast-emotion guy. En el trayecto Madrid-Berlin hubo un incidente muy europeo. Delante de nosotros había una pareja de niños afrodescendientes muy simpáticos; ella de cinco y él de no más de ocho. Terminaron jugando con Tino. Los niños viajaban solos, con un cartelón colgado del cuello. La azafata españolísima ubicó entre ellos a otro joven de catorce, que viajaba con sus padres. Ante nuestro pedido de que no separara a los hermanitos y de mala gana, la azafata sacó al chico blanco de en medio y lo sentó en el asiento de al lado. En el aire presurizado flotaba un olor a sobaco impresionante. Lo primero que pensé -conociendo el paño- es “algún gallego o algún alemán no se bañó esta mañana”. Parece que la azafata de Iberia, entre otros, pensó otra cosa porque al rato vino y le dijo al adolescente blanco: “Shielo, si te molesta estar aquí sentado, te puedo buscar otro shitio”. Bienvenidos a Europa, la pura.

23.5.08

El tiempo relativo

Llego y me hundo en el sofá colorado. El cuero muge manso y frío de ausencia. La sala, muda. Murmura en otra parte la vida. Hay una noche que para otros empieza y para mí acaba. Cruzo las piernas, espero el sueño en una posición transitoria. Sin televisor. Sin libro. Sin más pensamiento que el que alumbra encendido en los objetos. La gata Menta pasa debajo de la suela de mi zapato. Va y viene, va y viene. Inventa una caricia solamente posible por la inercia de mi pie colgado.

17.5.08

Una soga

No se trata de un acontecimiento nomás, sino de la suma o yuxtaposición de imágenes y momentos vistos, unos, y otros intuidos debajo de la piel del día. Resulta que, de pronto, apareció la soga cayendo desde lo alto, y vaya si seré despistada que, oia, recién entonces caí en la cuenta de que lo que había a mi alrededor eran las paredes negras de un agujero, que estaba atascada y que esa soga era para mí. Todo al mismo tiempo. Así hacemos algunos a veces para poder seguir: más o menos negamos todo hasta que sabemos que la salida está cerca, entonces se nos superpone el miedo de la caida, la angustia del pozo y la alegría desmesurada de la soga que nos está rescatando. Funciona. Con contraindicaciones, pero funciona. No viene al caso hablar del pozo. Trataré más bien de recapitular la suma de pequeñeces que sincronizaron su aparición para corporizar la soga de la cual, no de inmediato pero finalmente con firmeza, me aferré hoy durante la tarde, y empecé a subir. Lo primero fue su mano diciendo adiós desde la silla de ruedas, dejándose rodar en la silla plateada pero más sentada que nunca en su sonrisa de diabla vieja; verla desaparecer detrás de las mamparas grises; quedarme enfocando su ausencia hasta hacer foco más acá, con la mirada borrosa, sobre el grito luminoso que había en la pared: "Miracle. Está en tus manos”. Fue volver manejando de Carrasco sabiendo que podía llegar a dormirme en un semáforo en rojo, pero que la frase del espejo rebotaba en mi cabeza como las esferas de lata de un despertador. Fue un reencuentro imposible con quien yo fui alguna vez, a través de una canción de gigantes y de amores de diferentes tamaños, un recuerdo indispensable que llegó sin que lo llame. Fue la remota tibieza del deber cumplido, al menos en parte, después de mucho tiempo de deudas; una tregua para la conciencia atosigada por obligaciones que no deberían pinchar de puro pinches que son, falsas delicatessen de la realidad que son unasco y sin embargo, yo me trago sin chistar. Fue lo que una de ellas dijo luego de reír en el teléfono y la otra, a la vez, en un correo: vas a volver a estar alegre. Fue la gata Menta husmeando el colchón vacío en la habitación que hoy volvió a convertirse en mi habitación. Fue palpar mi presencia en la soledad de la casa, mi presencia ociosa, recostada e insomne. Fue darme ese recreo hasta para no extrañar, hasta para no necesitar y no esperar el regreso de los marineros. Fue este diálogo con mi hijo que me hizo sonreír en la oscuridad y me quitó todo el miedo: -Ma, otro cuento, me hacés? Uno con la boca? -No, muac; dormite de una buena vez, que sueñes con los angelitos. -Bueno. -… -Ma? -…Hum? -…Qué es un angelito? -… -Maa?.. -...Es un espíritu que está siempre con vos para que no te pase nada malo. -Bueno? -Sí! -Blanco? -Y... sí, blanco puede ser. -…Un fantasma! -… -Mami? -…Qué pasa? -Puedo dormir en tu cama? -No. -Entonces sacame de acá al angelito ese. Y ahí fue que me aferré a la soga. Y me dí cuenta de que todas las noches podrían ser más o menos como esta. Por ahí es cierto que hay quienes somos como el gigante aquel que al final descubrió que la única compañía a su medida era su gigantesca y bienamada soledad.