El relámpago parte en dos el cielo de negro raso y
alumbra a los contendientes por un intervalo.
De un lado, Bradamante se yergue montada en el hipogrifo. Es un ser majestuoso de amplias alas negras y el pico afilado del mismo material indestructible que los cascos de caballo. La mujer lo domina, lo obliga a hacer pequeños círculos a un lado y al otro en un signo de infinito que pronto acabará.
De un lado, Bradamante se yergue montada en el hipogrifo. Es un ser majestuoso de amplias alas negras y el pico afilado del mismo material indestructible que los cascos de caballo. La mujer lo domina, lo obliga a hacer pequeños círculos a un lado y al otro en un signo de infinito que pronto acabará.
Del otro lado,
el mago la espera de pie en la atalaya. Pinabel ríe pérfido y demencial con el
arma homicida al costado del cuerpo.
La espada destila a sus pies una alfombra de sangre. Ha asesinado a los reyes y sus vasallos, a los hidalgos y las damas del palacio, a sus nodrizas, a los niños, aún a los recién nacidos. De todos ha conservado para sí el avatar, el soplo de vida eterna que hay en cada ser, y los ha arrojado luego al vacío que se yergue tras los cimientos.
La espada destila a sus pies una alfombra de sangre. Ha asesinado a los reyes y sus vasallos, a los hidalgos y las damas del palacio, a sus nodrizas, a los niños, aún a los recién nacidos. De todos ha conservado para sí el avatar, el soplo de vida eterna que hay en cada ser, y los ha arrojado luego al vacío que se yergue tras los cimientos.
Los luchadores son tragados nuevamente por
la noche sin luna.
Un trueno se desenrosca lerdo, es la
detonación de cien tambores que da inicio a la contienda. La mujer aprieta los muslos y clava los
talones en el abdomen del animal con más apremio que el usual. Casi podría afirmarse
que para corroborar su lealtad, desea producirle dolor.
Una agitación y un jadeo recorren el cuerpo
afiebrado de Bradamante. El águila advierte, sin embargo, que
esta vez se trata de un salvataje diferente. Aunque ella jamás lo admitirá,
aquel caballero encerrado en el punto más alto de la torre no es solamente otra
misión que el emperador le ha encomendado a su mejor servidora.
Ella no lo conoce, nunca lo ha visto, pero el animal intuye que la amazona le ha jurado una entrega desmedida, sin reservas y sin pretensiones de posesión. A veces poco importa poseer lo que se ama, sobre todo cuando uno sabe que jamás tendrá un lugar seguro donde conservarlo.
El hipogrifo recibe las señales del organismo de Bradamante por el contacto que tiene con su alma. O tal vez es al revés, nunca lo supo con certeza. En cierto sentido son el mismo ser: en parte rapaz, en parte corcel y en parte mujer. Una criatura monstruosa y difícil de entender.
El amor, en su calidad cegadora, la torna tremendamente vulnerable, y a él lo desconcentra.
Lo que de ave rapaz hay en el hipogrifo duda un instante en obedecer la señal de atacar en picada o huir, esconderse, llevársela de allí. Su lado equino, en cambio, no piensa, nunca razona, pone su cuerpo y su magnífico impulso siempre hacia adelante; estúpido animal con el que le ha tocado compartir la existencia.
Ella no lo conoce, nunca lo ha visto, pero el animal intuye que la amazona le ha jurado una entrega desmedida, sin reservas y sin pretensiones de posesión. A veces poco importa poseer lo que se ama, sobre todo cuando uno sabe que jamás tendrá un lugar seguro donde conservarlo.
El hipogrifo recibe las señales del organismo de Bradamante por el contacto que tiene con su alma. O tal vez es al revés, nunca lo supo con certeza. En cierto sentido son el mismo ser: en parte rapaz, en parte corcel y en parte mujer. Una criatura monstruosa y difícil de entender.
El amor, en su calidad cegadora, la torna tremendamente vulnerable, y a él lo desconcentra.
Lo que de ave rapaz hay en el hipogrifo duda un instante en obedecer la señal de atacar en picada o huir, esconderse, llevársela de allí. Su lado equino, en cambio, no piensa, nunca razona, pone su cuerpo y su magnífico impulso siempre hacia adelante; estúpido animal con el que le ha tocado compartir la existencia.
La guerrera se aferra a las crines y se
abalanza sobre el villano. Del choque de los aceros brotan nuevas centellas a
la par de las que el cielo profiere. Lejos del riesgo, con un segundo refucilo
del cielo, la silueta del caballero se hace visible, recortada tras la ventana
de la torre. El hipogrifo podría jurar que el cautivo observa la batalla con
los brazos cruzados.
Bradamante va a luchar hasta el final. Para
eso ha sido concebida. Su amigo lo sabe
y es claro que vencerá o morirá junto a ella. No hay más destino que aquel que nos
elige.
El animal mitológico rodea al mago, se
ladea y echa hacia atrás las formidables alas para permitir la parábola más
amplia al filo de la espada de su compañera. Un corte en el rostro y otro en la
espalda agrega la sangre de Pinabel a la de los inocentes.
De pronto, el hipogrifo siente una
inesperada pérdida de peso. La amazona ha saltado a la atalaya y ahora pelea
cuerpo a cuerpo con el enemigo. El caballo se agita pero no ve el peligro. El
águila flanquea a los contendientes avivando el aire denso con las alas.
A punto de ser derrotado, Pinabel retrocede,
precisa apoyarse en la baranda caliza. Con la espada empuñada a la altura del
cuello, la amazona avanza casi sin rozar el suelo para dar fin al malvado.
Un rayo imposible rompe el cielo en pedazos y perfora la piedra; el pináculo de la torre empieza a arder endemoniado. Todo es muy veloz a partir de entonces.
La décima parte de un instante es lo que Bradamante utiliza para mirar hacia el lugar donde permanece el cautivo. Ni el águila ni el caballo sabrán jamás lo que ella vio. Pero ese instante es el mismo tiempo insignificante que Pinabel aprovecha para tomarla de los cabellos y empujarla al precipicio.
Un rayo imposible rompe el cielo en pedazos y perfora la piedra; el pináculo de la torre empieza a arder endemoniado. Todo es muy veloz a partir de entonces.
La décima parte de un instante es lo que Bradamante utiliza para mirar hacia el lugar donde permanece el cautivo. Ni el águila ni el caballo sabrán jamás lo que ella vio. Pero ese instante es el mismo tiempo insignificante que Pinabel aprovecha para tomarla de los cabellos y empujarla al precipicio.
La espalda de Bradamante cruje contra la piedra y su cuerpo gira
en una contorsión hacia el vacío.
El hechicero la sostiene del cabello, sobre
la nada, solo el tiempo suficiente para lanzar una carcajada.
Lo que sucede después, llevará mucho
tiempo comprenderlo.
La espada de Bradamante cae en la oscuridad y no toca el fondo. El mago abre el puño y la suelta. El hipogrifo se lanza fulminante detrás de ella y con la última pluma negra del ala, rígida como una lanza, arrastra al tirano hacia la muerte.
Pero entonces, en caída libre y con el rugido más feroz que jamás una mujer ha proferido, la amazona le ordena salvar al hombre en la torre.
El águila se negará, se partirá en dos su alma, pero es el caballo el que manda. Siempre es el caballo.
La espada de Bradamante cae en la oscuridad y no toca el fondo. El mago abre el puño y la suelta. El hipogrifo se lanza fulminante detrás de ella y con la última pluma negra del ala, rígida como una lanza, arrastra al tirano hacia la muerte.
Pero entonces, en caída libre y con el rugido más feroz que jamás una mujer ha proferido, la amazona le ordena salvar al hombre en la torre.
El águila se negará, se partirá en dos su alma, pero es el caballo el que manda. Siempre es el caballo.
Bradamante cae más pesada todavía por el peso de su
armadura y más rápido; su cuerpo desaparece de inmediato hasta convertirse en
un punto ciego en el abismo.
¿Quién puede juzgar el error cuándo es el amor
quien lo motiva? ¿Es posible salvar a otro sin pagar el precio de emplazar un
abismo insuperable entre el salvador y el salvado?
El hipogrifo piensa en ello mientras
transporta al caballero de regreso al pequeño reino al que
pertenece. No le preguntará su nombre.
Tampoco será capaz de juzgar si merecía o no el alto precio que se ha
pagado por su salvación.
Intuye que Bradamante no morirá con la caída. Las mujeres y los abismos se entienden bien.
Intuye que Bradamante no morirá con la caída. Las mujeres y los abismos se entienden bien.
Su parte de caballo seguirá
trotando alegremente con el correr de los meses. El otro, su lado de águila, no
dejará pasar una sola noche de luna sin sentirse abandonado.
2 comentarios:
Una maravilla.
algunas figuras, ya poéticas, dan un buen relieve a tu relato,
saludos desde la Costa de Oro
Publicar un comentario